miércoles, 10 de marzo de 2010

~ Porque no es lo mismo ser que estar ~

El pasado octubre volví a Londres por tercera vez en mi vida. La primera vez fui con mis padres, a gastos pagados, a un buen hotel y comiendo de restaurante. La segunda vez a la aventura con unos amigos, todo el verano, sobreviviendo por nuestra cuenta y esta última vez para visitar a un amigo. Las tres veces vi un Londres distinto, porque la ciudad cambia constantemente y porque yo también cambié. Y sin embargo ahí está, mucho más pequeña de lo que muchos creen, accesible como pocas ciudades europeas lo son, extrañamente cálida en un clima tan frío.

Hay ciertas cosas de Londres que no cambian, son perennes y de visita obligatoria, como un circuito de maravillas, pero incluso esas experiencias ganan en riqueza con el paso del tiempo. Las casas del parlamento junto con el Big Ben son una de esas visitas obligatorias, todo el mundo que ha ido a Londres ha estado allí, pero no todo el mundo ha comido en el puesto de tortitas junto al puente que dirigen dos hermanas portuguesas. Las mejores tortitas que comí jamás, a dos libras la unidad, mientras el resto hacía fotos como locos a la torre del reloj.





Casi todo el mundo habrá sentido curiosidad por ver el palacio de Buckingham, en esta última visita yo esperé a mis amigos en Green Park, una de esas pequeñas maravillas verdes de la ciudad, donde el tiempo se detiene un segundo. Me senté en una hamaca y di de comer a algunas de los cientos de ardillas que pueblan el parque. Para cuando mis amigos llegaron tenía al menos un par de ellas subidas a las rodillas.

Fuimos a los mercados más importantes, Nothing Hill, Portobello y Candem Town, donde los turistas suelen ver, callar y no comprar. Pero al menos una vez es recomendable comprar productos frescos y comerlos sentado en un parque. Lo cual al fin y al cabo no sale más caro que comer en un restaurante del centro.


Mi rincón favorito de Londres, sin duda, es Covent Garden, barrio mítico de la ciudad en el que se agolpan artistas, músicos y actores que ofrecen performances en directo. Cuando llegamos el mercado estaba cerrado y los bares a punto de empezar a llenarse. Subimos y nos integramos entre los londinenses, pedimos la primera Foster con miedo y cuando nos quisimos dar cuenta iban a cerrar el metro y había más vasos en la mesa de los recomendados. La cerveza es la mejor opción para una noche de fiesta en Londres, es barata y las pintas de cerveza rubia se sirven frías al estilo español. Convent Garden, el soho, Westminster o South Kennsington son algunos de los lugares en los que la fiesta nunca decae.

Londres con resaca es una nueva experiencia y el mejor momento para visitar los museos. Imprescindibles: La Tate Gallery, El british Museum y la National Gallery. Los tres sumamente diferentes. La Tate contiene en su mayor parte arte moderno y experimental, no apto para puritanos del arte. La National por otro lado contiene muchas de las grandes obras pictóricas de la historia: El matrimonio arnolfini de Van Eyck, numerosas obras de Da Vinci, Los Girasoles de Van Gogh y un sinfín de arte clásico. El Museo Británico contiene absolutamente todo lo relacionado con la historia antigua, excepto la de Gran Bretaña, lo cual resulta paradójico. Egipto, Grecia y Roma a solo dos paradas de Picadilly Circus, un regalo para nosotros y un robo a ojos de los legítimos propietarios de los restos arqueológicos.

Aunque para segundas visitas hay otros museos que no deben subestimarse; el de Historia Natural, el museo Naval o el curioso “Believe it or not”, un museo en el que se exhiben numerosos objetos de dudosa autenticidad tales como gatos metidos en botellas, meteoritos, esqueletos de hadas y otros artefactos estrafalarios que dejan su interpretación en manos del visitante.





Para amantes de la música son necesarias dos paradas en el camino: La visita a los estudios de Abbey Road en el norte de Londres, donde se pueden visitar tanto el edificio como el famoso paso de cebra. Y no menos importante: Logan Place, residencia del fallecido Freddy Mercuri. La residencia, que solo puede admirarse desde la calle, se ha convertido en un lugar de peregrinación para fans del grupo Queen, las puertas se encuentran plagadas de mensajes, regalos y velas durante todos los días del año.

Por otra parte y aunque no se trate de un museo, es curioso acudir a los almacenes Harrods. El edificio está decorado por secciones, cada uno con una temática. La perfumería al estilo egipcio, los comestibles con frutas y vegetales… No es el mejor lugar para realizar una compra económica, pero si es recomendable al menos pasear y admirar el detalle con el que está decorado y la calidad de los productos que ofrecen.

Mientras que todos los museos ofrecen entrada gratuita a los visitantes, hay otras atracciones turísticas de Londres que no son tan asequibles y solo es recomendable visitar una vez, es el caso de La City y la abadía de Westminster. Nosotros en este caso optamos por dejarlas a un lado pero no pudimos resistirnos a visitar una vez más la catedral de St Paul. El precio es igualmente excesivo pero las vistas desde la cúpula son impagables.

Pero como ya he dicho esta es una recomendación para segundos visitantes, para aquellos que quieran adentrarse en los barrios menos transitados. Las callejuelas del soho son una mina de tiendas únicas y baratas, esas a las que van los londinenses a comprar en el día a día. Además en este barrio se pueden encontrar restaurantes asiáticos, tailandeses, pizzerías, buffets japoneses y un sin fin de ofertas a precios muy asequibles.




La verdad es que en esta ocasión no visitamos todo lo imprescindible de nuevo, pero teníamos el sentimiento no sólo de estar ahí sino de pertenecer a un todo. Es una sensación que no puedes sentir la primera vez que pisas un sitio, pero que sabes si la quieres sentir, por eso se vuelve a los sitios, para descubrir aquello que al principio solo intuyes y que subyace a la superficie, eso que no se ve a simple vista; el alma de los sitios.

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